Comentario sobre un cuento de la escritora veracruzana Leticia Flores Delfín, titulado «El lobo filósofo».
El título «El lobo filósofo» causa interés inmediato, dado que solemos usar al lobo como representación de ese sigiloso, oscuro animal feroz que lo único que quiere es devorar a sus presas. Tenemos en la mente al lobo que se quiere comer a Caperucita Roja, o al lobo, como representación usualmente religiosa, que quiere depredar en un rebaño de ovejas, o como metáfora sobre la hipocresía, al lobo vestido de oveja. Pero no es algo común que pensemos en un lobo buena onda, en un lobo que incluso reflexiona en sus acciones, un lobo que tiene la capacidad de filosofar y preguntarse el porqué de su propia naturaleza, de su propio instinto.
La escritora Leticia Flores Delfín nos propone a un lobo no feroz, propone a un lobo filósofo, su cuento, sin pretensiones limitadas a las literarias, se acerca de hecho a un ejercicio filosófico, pues precisamente desde el título vemos un contraste de la idea que tenemos preestablecida del lobo, con otra idea que tenemos de lo profundo, es decir, en este caso, de la filosofía. De cierta manera, relacionamos lo profundo a lo bueno, a la sensatez, al hallazgo de ciertas verdades liberadoras que nos otorgan algún tipo de sabiduría.
En otras palabras, el lobo puede tener hasta uso de adjetivo prejuicioso, puede ser hasta un estereotipo. Cuando nos referimos a un hombre como un lobo, lo relacionamos con astucia maligna, pero no con inteligencia bondadosa, ni siquiera se nos ocurre que un lobo pueda filosofar, pues un depredador es más analítico objetivo, es más estratégico que profundo, y por eso podemos considerar que es más superficial, frío y meramente calculador.
Leticia Flores nos habla de un lobo pensativo que, a pesar de que le está gruñendo la panza, no aprovecha comerse a un conejito perdido que tiene enfrente suyo, y, totalmente al contrario de lo que se esperaría de un lobo, ayuda al conejito a encontrar nuevamente a su madre.
Pero más allá de la simpleza de decir: ese lobo no es malo, sino que es bueno y por eso es ejemplar; lo que el cuento aporta es un mensaje para meditar acerca del prejuicio, acerca de los estereotipos, e incluso acerca de las palabras utilizadas como adjetivos despectivos. Por ejemplo, cuando pensamos que alguien "es una persona muy seca", podríamos estar siendo injustos al decir "seca" en lugar de reservada o con serios problemas para socializar. A pesar del contraste, podemos poner como ejemplo más preciso cuando decimos con tono de menosprecio que alguien "es una persona muy conservadora", dando por hecho que ser conservador es ser anticuado y terriblemente estricto, pero peor aun, llevando eso a la idea de un carácter impositivo, que probablemente ni siquiera existe.
Cada persona tiene características que, a la simpleza burda de los prejuicios, pueden ser llamadas defectos, mientras que, a la consideración detenida apoyada con reflexión, pueden ser llamadas cualidades. De manera que incluso alguien puede ser llamado "un lobo" quizá por su estilo objetivo, y poniendo como "presas" no a otras personas, sino a situaciones o problemáticas. Así, el lobo, no es una representación de astucia malvada y egoísta, sino de perseverancia y supervivencia.
En el cuento de Leticia, el lobo no solamente tiene un constante sano ejercicio de preguntarse sobre temas trascendentales, también vemos una personalidad tierna y cooperativa. En terreno real, los lobos tienen una estructura social para sobrevivir, o sea que, aun siendo animales salvajes, logran tener una organización social, con jerarquías necesarias para sobrevivir. [Leer sobre la estructura social de los lobos]
El lobo filósofo de Leticia Flores es un lobo, digamos, de cierta manera, "deconstruido"; pues se deconstruye a sí mismo cuestionándose el propósito de la vida, y el porqué de su propia existencia, logrando así (concluyendo esto por deducción imaginativa) adquirir una personalidad menos instintiva, menos salvaje, es decir, quitando esa construcción antiquísima del lobo y poniendo la nueva construcción del lobo filósofo.
Cuando el lobo filósofo logra encontrar a la madre del conejito perdido, esta lo mira feo, con el prejuicio que se le tiene generalmente al lobo, pero su hijito le informa la amabilidad y buenas intenciones del lobo, y el prejuicio de la madre se disipa. Cosa que sería genial sucediera en la realidad.
Quisiera mencionar que este cuento me recordó un poco una escena de la película infantil Madagascar, cuando Alex el león, tras algún tiempo perdido fuera del zoológico donde lo alimentaban como rey, empieza a tener un hambre desconocida para él, y su instinto salvaje natural (innato) vuelve cuando ve (alucinando por el hambre) en su propio amigo, Marty la cebra, un delicioso trozo grande de carne. Sin embargo, Alex, con todo y una lucha interior, logra prescindir de llevar a cabo cumplir el deseo de su instinto. Al final, los gracioso pingüinos, bonitos y gorditos, le dan de comer pescado y dicen que al gatito le gusta el pescadito.
La coincidencia temática que encuentro entre Alex el león y el lobo filósofo es la capacidad de prescindir de vivir bajo el régimen del instintito salvaje y encontrar alternativas. Alternativas que nos pueden ayudar a ser mejores y conservar amistades que nos nutrirán más que consumir presas de manera violenta.
Al final del cuento de Leticia Flores, la mamá del conejito le dice algo que, aunque es obvio, nos pone, no en el otro extremo del no-prejuicio, sino mejor dicho, en el punto equilibrado de tener cuidado con las apariencias a la inversa, de quienes parecen buenos cuando no lo son: "No siempre te encontrarás con alguien bueno, por eso debes aprender a cuidarte y estar alerta".
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