Yo qué sé... dijera Sabines: Yo no lo sé de cierto. Pero supongo que de vez en cuando una tristeza y un hombre se aman en sobremanera, se abrazan, se besan, se hacen cositas, hasta quedarse dormidos, y un día despiertan viéndose a los ojos/enamorados, tiesos de tanto sentirse poseídos y acabados por tanta interacción. 

¿Y qué carajo me hace sentir bien? Se preguntó una de mis versiones anteriores, si acaso caminar sobre el mar o deambular por los océanos de la muerte. Si acaso suicidarse cada vez que despertara asustado de un sueño aburrido sin vitalidad de pesadilla. Acaso un golpe en las costillas o ver explotar mi cabeza como bomba en Hiroshima. 

¿Qué es lo que me haría bien, carajo? En aquellos pasados tan empapados de futuro mortífero, que después de terminar su ciclo involuntario pasarían como todo a la nada. 

Así que un día me compré una caguama, de esas que no me gustan, y encendí el foco ahorrativo y fumé uno de esos cigarros legales que apestan a desesperación. Me puse a jugar a recordar, justamente porque no tenía nada que recordar, y recordé y recordé todo lo que me inventé para sobrevivir a mi cubo decaído. Decaído de sombras, de telarañas, de palabras que lucen familiares en cualquier boca. 

Entonces mi boca se desató del silencio y totalmente desatada corrompió a mis manos que impulsadas por toques eléctricos comenzaron a escribir con mental música de fondo, con su amplio repertorio de canciones que no son sino caramelos. Caramelos light cuya dulzura triste no le haría tan mal a mi estómago vacío, un poco menos vacío que yo. 

Así nació el libro Melomanía Melancólica*, ese que nunca presenté públicamente y que digital rodó por ahí en ciertas pantallas, pasando desapercibido o siendo abrazado por la curiosidad. Incluso hubo quien dijo: Te quiero donar para una sopa instantánea. E instantáneamente fui a comprarla y eso me mató el hambre y la melancolía. Sospeché y supuse que el hambre y la melancolía tenían una relación íntima, que eran cómplices o que incluso se habían fusionado. Pero la melancolía era inventada y el hambre no. ¿Por qué no puedo huir nunca de mis necesidades físicas y con el corazón juego al baloncesto?

Yo no lo sé de cierto, pero supongo que un día la creatividad y el hambre se enamoran, y la creatividad se disfraza de melancolía y el hambre se apacigua y le da paso a la imaginación y crean juntos obras transitorias, por su hermosa calidad de fugaces, de no querer estar, de venir tan solo para irse, de jugar. 

Hoy se me ocurrió que si este libro no lo pienso presentar nunca de manera oficial, porque su existencia es graciosa y su dolor es ficticio, tan entrenado por ciertas manipulaciones de los poderes poéticos de algunos seres propensos a odiar cotidianamente la poesía... pero que los poderes poéticos son poderes malignos que, no siempre, aclaro, conducen a la poesía. Una vida absurda puede ser poética y eso no la convierte en poesía, en fin, se me ocurrió que este libro es como la vida desde la perspectiva de una canción que dice que: no vale nada. 

Mas por mera ambición desenfrenada lo semivenderé a un precio instantáneo equivalente a una sopa instantánea de prestigio cuya marca no mencionaré. En PDF puedes jugar con él por una módicantidad de 39 pesos, porque estoy pensando en la comisión de la transacción y en mi refresco de cola de muerte. 



*Melomanía Melancólica es un libro que combina fragmentos de canciones melancólicas, muchas de ellas populares, con textos semipoéticos. En sí se trata una fusión entre la palabra escrita y cierta memoria musical, entre la que se encuentran pedacitos de canciones de Juan Gabriel, Miranda, Fito Paéz, Gustavo Cerati, Zoé, entre otros... 

(El dibujo de portada, tal cual se lo describí a Beto Luna así lo hizo el máster).